lunes, 27 de octubre de 2014

Senegal. Volver a empezar

Vuelvo a escribir cumplidos los dos primeros meses de mi vuelta  Senegal con la intención de seguir explicándome  y explicándoos.

 Vuelvo a esta suerte de traducción de sentimientos, emociones, y vivencias, pero avisándoos de que la traducción será limitada e inexacta pues no estudié para ser intérprete de mi misma.
Vuelvo a escribir desde el mismo país desde el que lo hiciera, es verdad, pero desde otra vida diferente.
Durante los dos últimos meses he tenido todas estas palabras empujando a mi mano para ser escritas, mientras otra parte de mí me pedía silencio y esperaba el momento. El buen momento para continuar con dulzura y mesura esta parte de mi camino.

Et voilà que j’y suis arrivé
Et voilà que Je suis là.

He dudado sobre a qué palabras dejar salir primero, porque todas están impacientes por que las oigáis. Una vez quise relatar el encuentro con una mujer que vino a pedirnos que acogiéramos a sus gemelos, los últimos de siete hijos, dos de ellos ya muertos, con los cuales mendigaba en las calles del centro, una imagen normal en Dakar. Se tuvo que ir como vino sin una respuesta que pudiera cambiar su vida, sin una solución. Otra vez quise escribir sobre los ataques de ansiedad de la hija de la mujer que viene a casa a limpiar. Intenté explicarle el problema mirándola a los ojos, el  mismo problema de siempre, pues es el mismo aquí y allí  y ella me explicó que con las medicinas naturales de la Casamance su hija se encontraba  un poco mejor, porque las que les había recetado el médico la dejaban demasiado aletargada e inactiva.  El estrés de la cocinera y su llanto ocurrió casi al mismo tiempo y yo intensamente tocada por la pureza de este sufrimiento femenino fui incapaz de escribir sobre la inutilidad de quedarse en las diferencias cuando lo que nos hace iguales es infinitamente más grandes y profundo que aquello que nos separa.

Otra vez conté el número de veces que al día alguien me pedía algo como dinero, comida o ayuda, quería escribir sobre ello, pero cuando acabó el día simplemente lo quise olvidar. Iba a escribir sobre los niños abandonados que por la noche recoge el SAMUR SOCIAL  para curarles, darles una cama y ayudarles a volver con sus familias, eso merece un capitulo a parte en este libro. Y en otra ocasión me pareció suficientemente “graciosa” como para relatarla, la explicación que una  de mis educadora dio al comportamiento de una madre de uno de los menores que acogemos. Según ella su asocial manera de actuar se debía a que un mal espíritu moraba en su cuerpo, me dijo: “tú no lo entiendes porque en Europa no creéis en eso, pero es verdad, una mujer que hace eso, es porque tiene dentro un rap” el trabajador social se rió un poco abochornado y  yo pensé “si tú supieras en las cosas que creemos en Europa…”, pero  lo que finalmente le dije es que esa mujer era una víctima de la pobreza en la que había nacido y cualquier patología mental que pudiera haber desarrollado se debía a sus circunstancias sociales y familiares, y que en Europa teníamos estructuras sociales las cuales ayudaba a integrar a las mujeres que habían vivido situaciones parecidas.

La estigmatización de las mujeres en África.
Si el comportamiento de una mujer difiere al que marcan los estrechos límites de lo que es considerado normal: está loca. Sin compasión.

Reir y llorar es lo que quise hacer cuando le comenté a mi compañera que era necesario llevar a un niño que tartamudea a un especialista  cuando me respondió “¡ah! ¿pero eso es un problema? Pensé que formaba parte de la manera de ser de una persona, a mí los chicos que hacen eso me parecen muy “monos”. Mi hermano lo hace desde pequeño y nunca lo hemos visto como un problema” En Senegal es común ver a personas que tartamudean. En Senegal una sesión con un psicólogo, terapeuta, pedagogo… cuesta entre 30 y 50 euros la hora. Los especialistas de salud mental se cuentan con los dedos de las manos y sobran dedos. Todos se han formado en el extranjero. El salario mínimo mensual aquí ronda los 100 euros.


Ha habido tantas cosas  ¡ay! que he querido contaros…