sábado, 24 de mayo de 2014

Puertas que no cierran, zapatos que se rompen

“Me has dado dos de quinientos” me dijo el taxista tendiéndome los billetes.
 “es verdad, lo siento, tenga”
 “¿No tienes mejor un billete de cinco mil y te devuelvo tres mil quinientos?” 
“déjeme ver… sí, aquí tiene” 

Era muy tarde, casi la una de la mañana, y ni en la calle ni en el taxi había luces que sirvieran para  iluminar la escena. Estaba tranquila, pues aún continuaba esa sensación en mi cuerpo de apertura. Mi mano girando, girando mi brazo y el resto de mi cuerpo contigo. Había una gran energía esa noche y tú no estabas cansado. Sentía la facilidad de la vida, incluso después de cerrar la puerta de casa tras de mí, sabiendo que el taxista me había engañado con el cambio, sai sai, arnaqueur. Ni siquiera eso pudo interrumpir la simplicidad y perfección de la noche. En nada podía cambiar la sensación que me tenía cautivada desde hacía algunos días, por la que todos los acontecimientos de los que yo formaba parte, parecían ocurrir sin que yo interviniera en ellos.  En esos momentos, el único pensamiento posible ante lo malo y lo bueno era la aceptación.

Aceptar, aceptar y aceptar, quizás sea lo que mejor he aprendido a hacer en este país. Aceptar la suciedad de las calles, a bailar en pareja, la situación de los vendedores guineanos que duermen en sus puestos de fruta, el tiempo que queda hasta que te vuelva a ver,  las manos heridas de los talibés, los cristales rotos de taxis y autobuses, las cuatro cerraduras que separan la calle de mi habitación,  las puertas que no cierran y los zapatos que se rompen. Sí, sobre todo esto último. Porque si llegas a comprender porque las puertas no se cierran en Senegal, y porque tus zapatos se rompen continuamente, habrás entendido prácticamente la totalidad de los problemas que afectan a este país.




Yo lo aprendí en un solo día, fijaos bien.

Caminaba de mañana hacía la parada del autobús, por estas calles arenosas que conforman mi barrio, ouakam, no había recorrido todavía la mitad del camino, cuando de pronto, sentí el calor abrasador de la arena en mi planta del pie. Entonces me dí cuenta de que ya no podía seguir caminando, pues una parte imprescindible de mi sandalia se había roto completamente. La recogí... Llamar un taxi me pareció absurdo pues estaba a dos calles de mi casa, así que zapato en mano y pie desnudo, me puse a caminar en dirección a la misma cual heroína de una película de Kusturica.  Se podía haber quedado  ahí la cosa, en unos minutos cómicos sin más, pero desafortunadamente el destino parecía haberse encaprichado de que ese día, yo adquiriera un conocimiento absoluto del país en el que me encontraba, y cuando fui a abrir la segunda puerta de mi casa,la cerradura no respondió.Tiré el zapato roto, el bolso fue detrás de él, y forcejé hasta la muerte en el pasillo con esa cerradura que me negaba el paso a mi hogar. Un zapato que se rompe y una puerta que no abre en el mismo día, es hasta cierto punto aceptable, y me hubieran parecido dos acontecimientos casuales, si no hubiera sido porque el zapato lo había comprado en el mercado hacía tan solo quince días, el mismo tiempo que hacía que habíamos cambiado esa cerradura…por tercera vez.

Conseguí entrar finalmente después de mucho luchar con la puerta y conmigo misma. Me senté agotada en el sillón, levanté mi dos manos y comencé a contar las veces que habíamos cambiado o arreglado  las cerraduras de las puertas de casa desde que habíamos venido. Siete en ocho meses. Después intenté recordar los pares de zapatos que  se me habían quedado en el camino. No me acordaba. El par que yacía en el pasillo me había costado tres euros, ¿qué esperaba?. Zapatos traídos de china, de una calidad pésima pero bonitos, de los que siempre piensas, “quizás esta vez duren más”.

“Esta cerradura durará más” ¡eso es lo que nos dijo el cerrajero la última vez que vino!“Esta marca es buena, francesa, no china como la que teníais
Perfecto señor, eso espero, porque todo este asunto de puertas que se rompen cada cuatro semanas empieza a convertirse en una pesadilla. 
“Pero para esta otra puerta el problema no es la cerradura, es la puerta, fíjate bien, está mal hecha,  no acaba de cerrar, habría que cambiar la puerta entera”.

                                                                                               ***
Cogí el cubo de agua en el que sumergíamos la esponja para limpiar la pizarra y lo puse detrás haciendo tope. “Pero profesora, si entra alguien, va a tirar el cubo con el agua…” “Me da igual Tabara, francamento prefiero eso al ruido de los pasillos y a las corrientes de aire que golpean cada cinco minutos la puerta”. En las dos últimas reuniones le habíamos dicho al director por enésima vez que urgía cambiarlas ya que no había ni una sola en todo el colegio que cerrara bien. “Pero eso ya se hizo la última vez que lo propusisteis, sólo que se vuelven a romper”
                                  ***
¿Alguien puede explicarme, por Dios, que jodido problema hay con las puertas en este país? 

                                                                                  ***


"Si es que estas cerraduras que vienen de China..., son muy malas". 
Pero es que aquí todo, salvo los cacahuetes viene "de fuera".
Eso es.

Ese mismo día decidí compararme otro par de zapatos, pero no de 3 euros, si no de 15 , origen italiano, ya veis... Eran feos, pero de suela era gorda, apta para caminar sin dificultad por la arena, y para seguir girando contigo ¿hasta cuando?

 ¿No me salía más  a cuenta crear una asociación? pensé riéndome para mis adentros. Zapatos rotos sin fronteras, Senegal dónde cada miembro cotizara cada mes para asfaltar las calles arenosas de Dakar. Crear una empresa de fábrica de zapatos, o mejor, de suelas al mismo tiempo era otra idea. Y cuando ésta estuviera totalmente desarrollada podría, por fin, asociarme con las mejores empresas de cerraduras europeas para realizar un proyecto social que enseñara a las personas a montar sus propias cerraduras, sin necesidad de gastar 150 euros al año en este propósito. 


Sí, a veces estoy enfadada.


Esto fue hace más de dos meses. Los zapatos de 15 euros ya con la mitad de la suela gastada, aguantan. La cerradura, esta vez de la puerta principal, empieza a fallar, y yo todavía me sigo parando en los puestos de sandalias a tres euros. Son bonitas, y vienen sin caja ni etiqueta y en algunas de sus suelas está escrito "made in China",  y cuando las tengo en mis manos me pregunto cuanto pagarán allá dónde han sido hechas a las personas que las hicieron y que llevarán ellas en sus pies, por dónde caminarán...





miércoles, 14 de mayo de 2014

Mi encuentro con el Islam

Si hay algo que he apreciado mucho de mi experiencia en Senegal, es el hecho de  vivir en un país de mayoría musulmana. Hacia tiempo que quería acercarme a esta religión después de haber trabajado los últimos seis años con musulmanes en diferentes paises, de haber vivido en un otro muy católico como es Perú, y después de haber pasado muchas horas meditando con monjes budistas y escuchando sus enseñanzas.

Para contextualizar diré que en Senegal se estima que hay alrededor de un 95% de musulmanes, siendo el resto católicos y una minoria animistas. Todas las releigiones son respetadas por unos y por otros,  y el país no ha conocido guerras ni disturbios en toda su historia de democracia provocados por estas diferencias. En una familia senegalesa puede haber fácilmente una mezcla de católicos y musulmanes, e incluso conozco a personas que profesan esta religión desde pequeños pero estudiaron en colegios católicos. También he conocido a matrimonios mixtos que me han asegurado que se respetan y que nunca han tenido problemas a causa de sus creencias.

A pesar de esto, como podéis imaginar, vistos los porcentajes,  la religión que se siente y se vive con más fervor es el Islam. He conocido a personas que han vivido en otros paises musulmanes que me han asegurado que Senegal puede considerarse un país bastante abierto y particular en la práctica del Islam, en comparación con otros mucho más ortodoxos. No me voy a extender mucho en este punto, pero aquí existen las cofradías, cada una de las cuales está representada por un líder religioso al que se le rinde pleitesía. La más numerosa es la Muride, de cuyo fundador Ahmadou Bamba puedes ver imágenes por doquier en cualquier ciudad de Senegal.


No será Senegal un país ortodoxo, pero como ya me ocurriera en Perú durante los primeros cinco meses de mi estancia aquí, sentí que la presencia de la religión, me ahogaba. Ha sido algo nuevo para mí escuchar cada día los cantos de la mezquita, esperar en las tiendas a que el tendero acabe de rezar para poder hacer mi compra. Sortear las hordas humanas de hombres  dirigiéndose con su alfombra a rezar a la una de la tarde, y el colapso de tráfico que esto provoca, los dos meses en los que en las calles hay más corderos que personas, justo antes de celebrar la Tabaski, escuchar si “Dios quiere” incesamente como respuesta a  cualquier  problema. He tenido que aprender a no tocar El Corán sin haberme lavado las manos y a reconocer  las fotos y dibujos de Bamba en cualquier lugar. Aprender a ser mucho más respetuosa si cabe con las creencias de los demás y a elegir las palabras adecuadas para no ofender, aun no entendiendo muchas cosas con las que, debido a mi educación y la cultura de la que provengo, me es imposible aceptar. Darme cuenta de que en  Europa no sabemos nada de esta religión  y que todo lo que nos llega de ella es su versión más radical.

Vine con una maleta indeseada de prejuicios, algunos se han caído por el camino, otros, lo siento, se me presentan ahora más reales que nunca. Si Senegal es un pais poco ortodoxo me pregunto cómo será el devenir de la gente en los más fundamentalistas: Nigeria, Sudán, Irán, Arabia Saudí o Afganistán. Se me pone un nudo en la garganta sólo de imaginarlo.
El mismo nudo que la manera de vivir religión católica me ponía en Perú pero en el corazón.  Y esto tiene una explicación.

Al poco tiempo de llegar a Perú me di cuenta de que realmente para muchas personas era completamente necesario creer en algo más grande que el ser humano para poder soportar sus condiciones de vida. Cuando el estado se ha olvidado de tus necesidades, cuando la sociedad te hace invisible, y cuando tus posibilidades de pasar a otro estado de vida mejor son inexistentes, es necesario creer en algo superior, algo fijo e inmutable que te proteja y consuele independientemente de quien eres y de tu clase social. En un mundo donde los seres humanos no nos abandonáramos los unos a los otros, no haría falta ningún Dios.

 Y entonces aparece la Fe. Porque la religión católica es básicamente una cuestión de Fe. En Perú la religión se vivía, al igual que la Semana Santa en España, de una manera muy emocional, emociones apoyadas y alimentadas por la iconografía y la música. No había semana en la ciudad de Lima dónde no te encontraras en las calles una procesión acompañada por una algarabía de gente, con  músicos y a veces bailes incluidos. Directo al corazón, el punto desde el que se desarrolla (o no) la empatía. Y es que para ser un buen “católico” no hay mucho más que hacer que creer y sentir. Conozco a gente extremadamente creyente y nada practicantes de esta religión, y he conocido a personas de dudosa moralidad que rezaban cada día. La religión católica no rige la conducta de las personas que lan practicaban a pesar de que por supuesto hay todo un sistema de ideas que la definen.

En el Islam  las escrituras son dogma y la práctica diaria no es una cuestión de fe sino una obligación. Los musulmanes no creen que Dios existe, los musulmanes saben que Alá existe. Aquí he aprendido como esta religión rige la conducta y el comportamiento de quien la práctica, aunque en diferentes grados y  matices, pues no todas las mujeres se ponen velo (en Senegal cada vez más), ni cubren sus brazos y piernas. No todos los musulmanes se abstienen de beber, aunque yo después de 10 meses aquí, no he conocido todavía a ninguno que lo haga. Mientras que en Perú ¡qué normal era pasar la noche bebiendo y despertarse el domingo a las nueve de la mañana para ir a la iglesia! El Islam supone para “un buen musulmán” una manera reglada de vivir y de pensar y un sistema de ideas incuestionable. La críticas a esta religión no suelen ser bien recibidas por muy respetuosas que sean, y hieren susceptibilidades de una manera muchos más rotunda que aquellas que se hacen de otras religiones. Así que la incomprensión te cierra la garganta, el punto desde el que materializamos nuestros deseos y opiniones.

Hace poco hablando con mis alumnos más mayores, les preguntaba qué pensaban de las amenazas de musulmanes fundamentalistas a esas provocaciones absurdas que a veces nos hemos permitido en Europa haciendo caricaturas sobre Alá. Me contestaron que era normal matar a alguien que se atrevía a hacer eso, que esa persona merecía morir por haber llevado a cabo una ofensa tan grave. Les pregunté si creían que las ofensas deben pagarse con sangre, pues de ser así, no quedaría nadie vivo en este mundo y entonces me contestaron, que había diferentes tipos de ofensa y que dibujar o blasfemar contra Alá, era la más grande  e incomparable a todas las demás. Creo que ese fue el momento en el que más me acerqué a entender lo que Islam significa para un musulmán. Porque simplemente me puse a pensar en qué ofensa me podrían hacer a mí tan grande como para desear la muerte de la persona que me ofendió y no pude encontrar ninguna.

También podría hablar de las cosas en común entre la gente que practica las dos religiones  católica y musulmana, como sus ganas e insistencia en “convertirte” y la incomprensión hacía la creencia de muchas personas de que “Dios no existe”, simplemente es algo que su cabeza no puede concebir, de la misma manera que yo no puedo concebir asesinar a alguien que me ha ofendido. Contradicciones parecidas como que la caridad, la compasión y el amor a los demás son lo más importante y la base fundamental de nuestra existencia, pero al mismo tiempo están permitido los castigo físico y el terror sicológico con ideas como el infierno o la crucifixión para los infieles y aquellos que no llevan a cabo lo que dicen las escrituras.

Esto son sólo algunas apreciaciones de mi experiencia, que por supuesto no pueden recoger toda la realidad que las religiones de las que hablo representan, pues hay cientos de miles de millones de personas practicándolas en el mundo, cada una a su manera.

También podría decir más, mucho más de lo que aquí cuento. O no, no podría, simplemente no podría.


viernes, 9 de mayo de 2014

Iconografía popular africana en Senegal


Segunda entrega de fotografías, y después de varios viajes, sobre las pinturas que decoran  los muros de cualquier ciudad o pueblo de este país. 


            

Dibujo de Amadou Bamba y de la Mezquita de Touba  (Ouakam, Dakar)


Detalle de la fachada del "restaurante Paquita"  en Oussouye  (Casamance)





Barrio de la Medina, (Dakar)

En el imprescindible barrio de La medina (Dakar)



"Aquí, venta de pollos" ciudad de Yoal.

Barrio de La Medina (Dakar)

Tienda en el barrio de La Medina (Dakar)

Dibiterie (restaurante dónde se sirve cordero) en el barrio de Ouakam (Dakar)

Gimnasio en el barrio de "La Medina"  (Dakar)

Pueblo de Oussouye   (Casamance)

Bar en un pueblo perdido de La Casamance


"Arroz con pescado" en la ciudad de Yoal.

Bar en el pueblo de Oussuye (Casamance)

Leopold  Senghor (Yoal)


Fachada del hospital de Yoal
Fachada de un colegio en Yoal