jueves, 28 de agosto de 2014

Vivirlo para entenderlo

 Escribo en la oscuridad y hasta que se acabe la batería del ordenador que una vez más he tenido que cargar en un bar cercano a mi casa. Hace cuatro días que persigo al dueño del piso para que me conecte unos cables que me darán la luz. La compañía de la electricidad tarda unos diez días en traerte el contador que previamente he tenido que alquilar (25 euros, dinero que supuestamente me devolverán cuando me vaya) así que mientras tanto hacemos un apaño de estos ilegales que se hacen en todas las ciudades y países del mundo.

Pero aún sin luz estoy feliz porque tengo agua, ahora mismo demasiada, pues mi pasillo está inundado por la última refrescante tromba de lluvia que acaba de caer. Es que en este piso recién construido (¡lo estoy estrenando!) ninguna ventana cierra bien y por la más alta se cuelan rayos y truenos y toda el agua que quiera entrar sin haber sido invitada. “Pero no pasa nada”, he pensado, porque la época de lluvias son sólo dos meses y el paraguas abierto al borde de la ventana no queda tan mal. Me encantaría que lo vierais, lástima que no pueda cargar la cámara de fotos… 

Antes de continuar con este articulo, esperad,voy a mandar un mensajito al propietario del edficio: “mon ami, pas d’électricité encore, le menuisière il n’est pas venu non plus pour régler la serrure du balcon. Je veux de la électricité avant que la nuit tombe, merci” He decidido que no pagaré el mes de septiembre hasta que no venga alguien a ponerme la electricidad, y que le voy a mandar varios mensajes al día a este señor al que ni siquiera he visto, como si fuera mi enamorado, todo de de buena onda, mais je vais te harceler, oui ¿o es que va a pagarme usted las pilas de las linternas y las velas durante los próximos diez días?!

Lo mejor de esta incesante tormenta ahora que me doy cuenta, es que no ha habido la llamada al rezo. Estoy demasiado cerca de alguna mezquita, que desde las siete de la tarde hasta las nueve de la noche anima el barrio con rezos repetitivos de hombres y niños desde un megáfono y a las cinco de la mañana claro, me despierta con la llamada a la oración. La religión musulmana es así de “generosa y respetuosa”, comparte sus creencias y rezos con quiere escucharlas y con quien no, pues también, un poco como yo con este blog... Pero ¿os imagináis que cinco veces al día de todos los megáfonos de las iglesias de nuestro país (sí, ya sé que no hay megáfonos en las iglesias, pero un poco de imaginación) te llamaran a rezar y durante dos horas escucharas padres nuestros y aves marías? ¿Os imagináis vivir a unos metros de una iglesia en un país así? Lo positivo debo decir es que no entiendo el significado de lo que dicen y finalmente tampoco el tono me resulta desagradable, hay cierta harmonía en las voces y me recuerdan a los mantras budistas con los que ciertas personas dicen entrar en trance. Lo único que me crea rechazo es que no puedo elegir escucharlos. Como tantas cosas en Senegal que la gente no puede elegir, y que aceptan sin levantar la mano ni alzar la mirada. Y su volumen, ça me soule un peu, demasiado alto en mi opinión para un país bastante respetuoso con el ruido. Anoche imaginé que entraba en la mezquita y acercándome al Imán que canta por los altavoces, le decía, "perdone usted buen hombre ¿puede bajar el volumen de esta cosa? Es que no puedo leer en paz". O quizás sea una grabación, no sé a ciencia cierta a quien pertenecen esas voces masculinas, porque como mujer no musulmana no estoy invitada a entrar en sus templos.


Deberíais ver esta clase de tormentas, son pequeños tifones que levantan toda la arena de la calle y arrastran la basura de los solares cercanos, todo vuela, la gente corre y los cristales de mi imperfecto piso tiemblan en la oscuridad. El aire silba fuerte como en las películas de miedo, aunque yo estoy lejos de ese sentimiento ahora. Creo que es un buen momento para meditar.