Vuelvo a
escribir cumplidos los dos primeros meses de mi vuelta Senegal con la intención de seguir explicándome y explicándoos.
Vuelvo a esta suerte de traducción de
sentimientos, emociones, y vivencias, pero avisándoos de que la traducción será
limitada e inexacta pues no estudié para ser intérprete de mi misma.
Vuelvo
a escribir desde el mismo país desde el que lo hiciera, es verdad, pero desde
otra vida diferente.
Durante
los dos últimos meses he tenido todas estas palabras empujando a mi mano para
ser escritas, mientras otra parte de mí me pedía silencio y esperaba el
momento. El buen momento para continuar con dulzura y mesura esta parte de mi
camino.
Et voilà que j’y
suis arrivé
Et voilà que Je
suis là.
He
dudado sobre a qué palabras dejar salir primero, porque todas están impacientes
por que las oigáis. Una vez quise relatar el encuentro con una mujer que vino a
pedirnos que acogiéramos a sus gemelos, los últimos de siete hijos, dos de
ellos ya muertos, con los cuales mendigaba en las calles del centro, una imagen
normal en Dakar. Se tuvo que ir como vino sin una respuesta que pudiera cambiar
su vida, sin una solución. Otra vez quise escribir sobre los ataques de
ansiedad de la hija de la mujer que viene a casa a limpiar. Intenté explicarle
el problema mirándola a los ojos, el
mismo problema de siempre, pues es el mismo aquí y allí y ella me explicó que con las medicinas
naturales de la Casamance su hija se encontraba un poco mejor, porque las que les había
recetado el médico la dejaban demasiado aletargada e inactiva. El estrés de la cocinera y su llanto ocurrió
casi al mismo tiempo y yo intensamente tocada por la pureza de este sufrimiento
femenino fui incapaz de escribir sobre la inutilidad de quedarse en las
diferencias cuando lo que nos hace iguales es infinitamente más grandes y
profundo que aquello que nos separa.
Otra vez conté el número de veces que
al día alguien me pedía algo como dinero, comida o ayuda, quería escribir sobre ello, pero
cuando acabó el día simplemente lo quise olvidar. Iba a escribir sobre los
niños abandonados que por la noche recoge el SAMUR SOCIAL para curarles, darles una cama y ayudarles a
volver con sus familias, eso merece un capitulo a parte en este libro. Y en
otra ocasión me pareció suficientemente “graciosa” como para relatarla, la
explicación que una de mis educadora dio
al comportamiento de una madre de uno de los menores que acogemos. Según ella
su asocial manera de actuar se debía a que un mal espíritu moraba en su cuerpo,
me dijo: “tú no lo entiendes porque en Europa no creéis en eso, pero es verdad,
una mujer que hace eso, es porque tiene dentro un rap” el trabajador social se rió un poco abochornado y yo pensé “si tú supieras en las cosas que
creemos en Europa…”, pero lo que
finalmente le dije es que esa mujer era una víctima de la pobreza en la que
había nacido y cualquier patología mental que pudiera haber desarrollado se
debía a sus circunstancias sociales y familiares, y que en Europa teníamos
estructuras sociales las cuales ayudaba a integrar a las mujeres que habían
vivido situaciones parecidas.
La
estigmatización de las mujeres en África.
Si el
comportamiento de una mujer difiere al que marcan los estrechos límites de lo
que es considerado normal: está loca. Sin compasión.
Reir y llorar es lo que quise hacer cuando le comenté a mi compañera que
era necesario llevar a un niño que tartamudea a un especialista cuando me respondió “¡ah! ¿pero eso es un
problema? Pensé que formaba parte de la manera de ser de una persona, a mí los
chicos que hacen eso me parecen muy “monos”. Mi hermano lo hace desde pequeño y
nunca lo hemos visto como un problema” En Senegal es común ver a personas que
tartamudean. En Senegal una sesión con un psicólogo, terapeuta, pedagogo… cuesta
entre 30 y 50 euros la hora. Los especialistas de salud mental se cuentan con
los dedos de las manos y sobran dedos. Todos se han formado en el extranjero. El
salario mínimo mensual aquí ronda los 100 euros.