Me va a
ser difícil recoger aquí la intensidad de este primer día en Dakar, sólo llevo
unas horas, apenas he recorrido tres manzanas más allá del sitio en el que de momento me
alojo, y sin embargo ya me
siento impregnada de tantas sensaciones como para escribir un libro, impregnada de olores, colores, miradas
y sonrisas. No conozco nada aún, y sin embargo ya me siento embriagada de esta realidad tan alejada de aquella de la que provengo... Mientras escucho los cantos provenientes de la mezquita que parecen no acabar nunca, de las bocinas de los coches y de las ovejas y cabras que no dejan de balar os escribo estas palabras. Se está poniendo el sol, aquí hay dos horas
de diferencia, bajan los índices de cortisol. Empieza la mea saudade.
Nunca se
me olvidará la impresión, que me causaron Bruselas y Lima, cuando las pisé por primer vez. La primera
fría y lluviosa, me sentí aislada por una lengua de la que no sabía ni una sola
palabra y simplemente pensé: “no podré estar aquí un año”. Lima, fue otra cosa,
me causó temor, la sentí peligrosa, la pobreza de los niños vendiendo entre los
coches en el barrio del Callao me asustó, las miradas de la gente se me
antojaron hostiles, el ruido de las bocinas y la temeraria manera de conducir
de los conductores me hicieron pensar ¿Dios mío, adónde he venido a parar?
Y qué
pensé ayer, cuando al salir del aeropuerto a la una de la mañana, me vi montada
en un coche con un extraño que me hablaba de sus cuatro mujeres y sus cinco
hijos. Pierre me dio mi primera clase maestra sobre la cultura senegalesa, “yo trabajo, y mis mujeres cuidan a los
niños, y cuando sea anciano mis hijos cuidarán de mí, ellos me darán la comida
y todo lo que haga me falta. Así es nuestra cultura” “pero, para alimentar a tanta familia necesitas ganar mucho” “noooo, en
Senegal hacemos la comida en una cacerola para toda la familia y de ahí cogemos
todos” “y no hay problemas de celos, entre las mujeres?” “bueno…a veces sí,
pero hay algunas que se entienden muy bien entre ellas, depende, mi padre tuvo
veinticinco hijos con cuatro mujeres y se llevaban muy bien todas. Ningún
problema".
Apenas vi nada anoche cuando llegué, era
tarde y tenía demasiado sueño como para tratar de adivinar qué había detrás de
las ventanas del taxi. Pero sentía paz
cuando salí del aeropuerto Quizás porque era tarde no me expuse a ese caos que
dicen que es el aeropuerto. Sí, vi algunos hombres tratando de que
montara en sus taxis de que les cambiara dinero, me llamaban, pero no percibí
hostilidad más allá de esa insistencia. La gente de Dakar me pareció muy
tranquila anoche y me lo han seguido pareciendo esta mañana, cuando me he
puesto a caminar por las sucias y polvorientas calles de alejado barrio dónde
me encuentro alojada. Basura por doquier, niños descalzos, juguetones, que te
saludan y muchos, muchos grupos de hombres que no parecen hacer otra cosa que
ver pasar la vida alrededor de ellos. Todo lo contrario que las mujeres
ocupándose de decenas de puestos, ¡que digo puestos! simples mesas con piezas
de fruta y verduras rodeadas de mosquitos. Creo que no me haría falta salir de
este barrio para entender una gran parte de lo que es Dakar. Cuanta gente,
coches y lenguas he escuchado, han sido tantas las veces que no me he podido
entender, muchas personas no hablan francés si no serer, wolof o peul o
cualquier otro dialecto incomprensible para mí, mi amigo de la pequeña butique
de enfrente del albergue me ha dicho que tengo que aprender peul, que es la
segunda lengua más hablada, y diez minutos antes otro vendedor me había
dicho que si me quedo en Dakar debo aprender wolof, a mi me parece que con que
me vayan entendiendo en francés es suficiente. La humedad, me ha llegado a
desesperar por momentos, me temo que tendré que hacer del pañuelo de tela que
antes usara para la cabeza, mi más fiel amigo contra el sudor que no ha
parado de caer a gotas por todo mi cuerpo de mañana a la noche. No pude dormir
y me han picado varios mosquitos.
Paseando por las calles intento no caer en ese gusto por la decadencia del turista europeo. Lo pintoresco no puede teñir la realidad. Los vestidos de las mujeres son muy bonitos, pero las horas que tienen que pasar sentadas en la calle sosteniendo las mesas sobre las que reposa la fruta que venden no lo son, ni la basura en la calle, ni las cabras al lado de la carretera, ni las puertas de los taxis que no se cierran. No me voy a dejar engañar, estoy feliz de conocer este lugar, y si mañana mismo tuviera que volver a España seguiría estando contenta de haber pisado el África subsahariana al menos durante un rato. Lo visto me ha impresionado, pero sé porque ya lo he vivido, que la primera impresión, nunca es la que cuenta.