miércoles, 25 de septiembre de 2013

Momentos "Teranga"

No sé si alguien alguna vez habrá hecho un estudio antropológico sobre el tiempo que pasa entre que pisas por primera vez Senegal y alguien te invita a comer a su casa. A mí me ocurrió al tercer día de vivir en Dakar, y la invitación vino de parte un senegalés con quien me había parado a hablar en varias ocasiones en la calle del albergue en el que me alojaba. Tomé esa invitación con el temor de una recién llegada a un país del que lo desconoce casi todo. Nunca llegué a comer en casa de Ibrahima porque tuve que abandonar precipitadamente ese barrio para mudarme a otro nuevo, pero mi mentalidad de europea desconfiada no pudo resistirse a las siguientes invitaciones, provenientes esta vez de algunos compañeros de trabajo. 

Por cierto, “teranga”  quiere decir “hospitalidad” en wolof.

En Senegal, Todo lo que te sorprende que no ocurra  fuera, ocurre en el hogar. Entrar en una casa en Senegal es conocer la mitad del país, y no puedes conocer el país sin haber vivido al menos durante un día en un hogar senegalés.

Porque hay un Senegal externo, quemado por el sol, cubierto de arena, polvo, y moscas que vuelan alrededor de la carne y el pescado del día, y hay otro interno, decorado con bellas ropas esperando a ser secadas en patios interiores con olor a incienso. Es este un Senegal de casas humildes y limpias dónde el ligero ruido de los ventiladores se convierte en parte de la banda sonora de cada día. Y precisamente “la teranga” es hacerte participe, a ti que acabas de llegar, de todo ese intimismo familiar.

Cuando entras en la casa a la que has sido invitado, las mujeres siguen cocinando sentadas en el patio. Te saludan en wolof, después en francés. Unas pican verduras, otras condimentan el cordero, cuecen el arroz o apartan las moscas de la cebolla con el abanico. Llevan cocinando desde las siete de la mañana y no terminaran hasta las tres. Es domingo y es el cumpleaños de la hija mayor, así que poco a poco irá viniendo toda la familia. Tú te sientas en el suelo del patio como una más a hablar tranquilamente, y les dices que a ti no te gusta cocinar y que no sabes hacerlo muy bien, ellas se sorprenden, pues en Senegal no existe la posibilidad de que una mujer no quiera cocinar. El aprendizaje de la cocina es algo que pasa de madres a hijas, y es tarea exclusiva de las mujeres el preparar la comida de toda la familia. Se ríen con tu explicación, pero no sientes que te juzguen y las ves concentradas y tranquilas en su tarea. ¿Y los hombres dónde están? Ninguno aparece por allí en las dos horas que comparto secretos culinarios con las mujeres. He visto a algunos tumbados en las camas de las habitaciones abiertas que dan al pasillo. El elemento masculino está representado sólo por los pequeñines de la familia y es que para mi delicia, todas las casas están llenas de niños pequeños que juegan en cualquier lugar, indiferentes aún a las normas sociales.



Llevas unos minutos allí, pero ya te sientes como en una casa en la que hubieras pasado la mitad de tu vida. Te alargas en el sillón y te adormeces mirando La foto del  imán de Tuba. Hace mucho calor..

Coméis todos juntos en el patio alrededor de un gran plato, algunos usan las manos, otros eligen los cubiertos y casi nadie habla. “¡María, me dice Pape, deja de beber agua, si no, no tendrás hambre! Come, come” pero el picante de la comida hace imposible que pueda cumplir la norma no escrita de no beber agua durante la comida. Pape tienes razón, pero yo necesito beber agua cuando como, estoy acostumbrada y además con este calor no tengo mucha hambre”

Esto es la teranga, y este mi sueño africano. Pero entonces recuerdo el que dejé en Madrid a medias... y que hace tan solo tres meses estaba allí, en una noche con un cielo parecido a este, ofreciendo caldo caliente y conversación a los africanos subsaharianos que duermen debajo del viaducto. Me pregunto si alguna vez podre volver a hacer eso, ofrecer nada más que unas palabras a aquellos que ahora me abren las puertas de sus casas.










miércoles, 18 de septiembre de 2013

Vivir sin agua

A las tres semanas de estar aquí ya podría decir muchas cosas buenas de este lugar del mundo en el que me encuentro, y de los sentimientos de amor que se empiezan a despertar en mí por sus gentes, sus olores, su comida, su cadencia, su color... tantos detalles que hacen que te enamores peu à peu, tu sais? 

Pero en otras ocasiones, podría, , gritar “¡maldito país subdesarrollado de mierda!” sin querer dirigirme ni culpabilizar a nadie en concreto con esta exclamación, pero dejando aflorar esa superioridad moral intrínseca del europeo que decide visitar un país "en vías de desarrollo".

Hace seis días que el agua no corre por ninguno de los grifos de mi casa en Dakar. Parece ser que se rompió una tubería y están arreglándola. Francamente no sé qué clase de tubería es aquella que si se rompe deja sin agua a la mitad de una capital con dos millones y medio de habitantes, pero debe ser más grande que el canal del Suez. No voy a entretenerme mucho describiendo lo que supone estar sin agua en una ciudad como Dakar, creo que en mis últimos artículos ya he dedicado bastantes palabras a las gotas de sudor que corren por mi cuerpo a los cinco minutos de salir de casa, de la suciedad, barro, arena y otros aspectos que hacen que el hecho de no tener agua cuando regresas a casa sea una pesadilla.
  
He tenido tentaciones de hacer una apología aquí sobre el inútil gasto de agua que hacemos en Europa, he estado cerca de culpabilizarme por los litros de agua tirada en cada una de mis duchas de los últimos treinta años. Pero todo esto ya lo sabemos porque, ¿os acordáis?, cada cierto tiempo venían al colegio unos señores a hacer actividades “guays” que nos sacaban de la rutina de la clase para explicarnos, reparto de libros y material incluidos, que el agua era algo muy importante y no podíamos malgastarla. Al final nos daban una lista de cosas que podíamos hacer para ahorrar en nuestra vida  diaria, una lista que nunca por supuesto, llevamos a la práctica. Bien, desde aquí quiero dar las gracias a los ayuntamientos por su esfuerzo y dinero gastado, pero también puntualizar y perdón por la ironía, que no es necesario que lo sigan tirando  en estas campañas inútiles. Los seres humanos sólo comprendemos lo que significa el agua en nuestra vida cuando no la tenemos. Sólo cuando abres varias veces al día el grifo y no sale nada de él durante una semana, sólo entonces entiendes lo que ha significado tener agua cada día de tu vida así tan fácil, sin hacer nada siquiera para merecerla y con todo el derecho del mundo para malgastarla. Sólo cuando subes corriendo a la terraza con cuatro barreños para llenarlos de lluvia  sólo cuando tienes que pagar para poder tener la suficiente para ducharte, sólo cuando la sed se convierte en una sensación cotidiana de tu día a día, sólo entonces entiendes…

… que somos poco más que agua y sin ella, nada.



jueves, 12 de septiembre de 2013

Es época de lluvias en Senegal

Nunca la lluvia me gustó tanto como aquí. Tanto es así, que a veces me da un poco de pena que esta estación esté a punto de acabar…

La lluvia te da oxigeno en Senegal, trae viento y frescor. Después de la tormenta apetece salir, a pesar de los mares de barro que te ves obligado a sortear en tu paseo.
Sé que algunos no lo soportaríais pero a mí no me molesta. Nunca me importó mancharme gracias a lo cual, ahora puedo sentarme sobre la tierra de las calles de Dakar sin asfaltar a compartir un té con cualquier senegalés o correr detrás del autobús salpicándome las pantorrillas en cada charco que intento saltar.

Siempre  salgo a la calle hacer lo que debo, sea cual sea la intensidad de la lluvia, pues aquí las tormentas suelen durar más que tu paciencia, para esperar a que acaben.

A veces es tal la cantidad de agua acumulada en las calles, que simplemente te ves obligado a meter los pies hasta el tobillo en ellas para llegar ¡o salir! de algún lugar. Entiendo que esta experiencia de saltar charcos sucios no es para todo el mundo, pero a mí me parece entretenido, y  no digamos ya estar muriendo de calor, que el cielo se cubra y te regale una ducha. Yo veo a los senegaleses correr como locos después de los primeros truenos, mientras yo continuo andando con la misma parsimonia hacía mi destino dejándome mojar por las primeras  gotas.

Aunque chapotear en las calles de Dakar, no está exento de riesgos. Una compañera francesa me contó que la última vez que vino a Senegal, una picadura de mosquito aparentemente inofensiva que tenía en el pie, se le infectó por caminar en chanclas por las calles barrosas. No voy a entrar en detalles, pero creo que no fue una experiencia agradable. Así que ahora cada vez que me mojo los pies y tobillos en las calles, lo primero que hago nada más llegar a casa es desinfectarme las picaduras y cualquier otra herida que pueda tener... ah oui, Il faut absolument…

Y paseando por la ciudad mojada, me pregunto una y otra vez, como pueden mantener las senegalesas sus vestidos tan radiantes y limpios entre tanta suciedad.


Mercado de Ouakam




Barrio Sacre Coeur en septiembre
Resultado de la mezcla de lluvias y suciedad

                                                            Esta historia empieza aquí

martes, 10 de septiembre de 2013

Calor en Dakar

El calor, el calor en esta ciudad merece, a mis casi dos semanas de estar aquí, un artículo pues ha sido uno de los protagonistas de mi vida en Dakar desde que llegué. Estamos en plena estación de lluvias, que no acabará hasta mediados de octubre, momento en el que pasaremos a la estación seca, que según todo el mundo, es menos calurosa y mucho mejor a todos los niveles que ésta. De hecho, varios senegaleses me han llegado a decir: "es que has venido en el peor mes de calor” mmm... bien, voy a intentar explicar lo que esto quiere decir, sin asustar a aquellos que decidan venir a Senegal por estas fechas.

El golpe de calor húmedo lo recibes en la cara nada más bajar del avión, es parecido a aquel que sientes al llegar a una ciudad con mar pero multiplicado por 10. Ni siquiera en la selva peruana con un 80 por ciento de humedad lo sentí así de agobiante. Te dices, “bueno, ya me acostumbraré” mientras intentas dormir en vano en la cama del albergue con dos ventiladores encendidos. Esa noche te cambias varias veces de pijama sin saber si quedarte con el de tirantes, o el de manga larga, porque la lluvia trae mosquitos, y los mosquitos: la malaria. Así que además de tener calor, tienes miedo. Te acuestas sudando y te levantas sudando, los ventiladores que no han parado de girar en toda la noche al lado de tu cuerpo, siguen encendidos.

Aunque no has dormido, al día siguiente tienes muchas ganas de salir y conocer Dakar, así que empiezas a andar por el barrio observándolo todo, "¡anda mira qué curioso, si hay gente con el paragua abierto aunque no llueva!" más tarde lo entenderás...A los 5 minutos de andar, buscas una tienda para comprar una botella, y tu cuerpo y mente ya han interiorizado que sin botella de agua no puedes salir a la calle. A los 10 minutos decides ponerte el foulard que tenías guardado en la mochila sobre la cabeza, ahora eres una mezcla entre una musulmana, y las protagonistas de Thelma y Louis, pero te da igual. A los 15 minutos te arrepientes de no haber cogido las gafas de sol. A los 20 minutos de estar andando, entiendes que los bonitos sombreros que las  senegalesas  llevan sobre sus cabezas, son algo más que un adorno a juego con sus vestidos. A la media hora, te quieres ir corriendo a casa para meterte en la ducha, las gotas de sudor caen por tu cuello y tu pecho, odias tu pelo de blanca que se pega en la cara, y ya te has bebido toda la botella de agua que compraste hace media hora. Así que te pones a esperar al autobús, pero a los 10 minutos decides coger un taxi porque de hecho, no soportas más el calor.

Sientes que la naturaleza es sabia mirando la piel y el pelo de las negras, y deseas tener sus trenzas porque además de ser bonitas, si te las haces, será una manera de quitarte el jodido pelo de la cara. Te crees que es tu origen de toubab lo que te hace sudar de esa manera en el autobús de camino a La Plaza de la Independencia, pero ves a todos los senegaleses asfixiados quitándose con pañuelos el sudor de la frente, mientras sientes el recorrido de las gotas de sudor resbalando desde tu cuello hasta tus pies. 

A los tres días has cambiado tantas veces de ropa, que dudas que te quede algo limpio para el día siguiente, y te preguntas como pueden estar tan radiantes y bellas las senegalesas entre tanto calor y suciedad. Unos días más tarde alguien te explicará que se duchan y perfuman varias veces al día.

Al tercer día que la humedad no te deja dormir, empiezas a dudar de si podrás soportarlo, de si ese calor pasará alguna vez o si siempre será así… Entonces una noche te descuidas porque no has bebido suficiente agua y empiezas delirar.

Al principio te sorprende ver a tanta gente tumbada o sentada como estatuas debajo de sus puestos de fruta o en cualquier sitio que esté a la sombra. Ellos te miran y te saludan sonrientes, mientras sientes tu energía decaer al fuerte sol del mediodía senegalés. 


En mi barrio, Ouakam

martes, 3 de septiembre de 2013

Aventuras y desventuras en el África subsahariana


Así es cómo debí llamar a este blog. Es el quinto día, son las cuatro de la mañana y ya sé con certeza que el nombre de “Senegal Ahora” no le va a hacer justicia… 

Hace apenas unas horas que me he instalado en la que será mi casa lo que dure mi experiencia senegalesa. Es grande y nueva, rafettna, rafetnna… todo un lujo en esta ciudad. ¡Que emoción cuando hemos llegado mi compañera francesa y yo a encontrarnos con el último inquilino con quien compartiremos este espacio, un chico inglés que también ama este país. Además de compartir piso, somos compañeros de trabajo y probablemente de más de un viaje, así que estamos emocionados y divertidos construyendo el puzle de nuestra nueva vida.

Estaba segura de que esta vez dormiría bien después de cuatro noches asfixiantes. Sentía que mi cuerpo y mi cabeza se estaban empezando a adaptar a la nueva sensación térmica. ¡Pero qué ilusa he sido! 

Tenía uno de esos sueños que a veces me ocurren narrados y vividos en forma de película dónde yo era a veces la protagonista, a veces la que miraba, ahora un hombre y después una mujer, y de pronto me despierto sudando para variar, los ojos quemándome, la boca también. ¿Qué me ocurre? Me echo encima de la cara el agua de la botella que duerme junto a mí y me levanto. Es sábado y afuera están pasando cosas.
“Monsieur, perdone, ¿Qué es ese ruido tan fuerte que viene de afuera?, ¿acaso viene del aeropuerto?” “¿Qué ruido señorita” “escuche ¿no lo oye?” “ah eso… son ranas, es a causa de la lluvia de los últimos días”.
 

¡Ranas! Este barrio está hoy lleno de ranas. Hace unos minutos nosotros mismos, abriéndonos pasos entre los charcos de nuestra calle, hemos visto saltar a una delante de nuestras narices, “¡chof!” como si estuviera dándonos la bienvenida.
Salgo de la cama, pero ¡¿Qué habré tocado?! Me arden los ojos así que tomo un antiestaminico, me visto. ¿A quién pediré ayuda si me pasa algo ahora? La calle ya no está dominada por el canto de las ranas, si no por tambores y los rezos provenientes de la mezquita. Cada noche Dakar es un concierto de diferentes sonidos. Dónde cabras, ranas y grillos forman parte de la orquesta. Los cantos de la mezquita esta vez durarán casi  hasta las cinco y media, el tiempo que el ardor que me quema los ojos me impedirá cerrarlos.
Llego a ciegas hasta la pared para encender la luz. No hay. Cojo la linterna y llego hasta el baño, la luz está cortada como en mi peor pesadilla, esa en la que me levanto de la cama y no logro encender ninguna de las luces de la casa, ni contactar con alguien por teléfono. Iluminando con mi pequeña linterna del espejo, compruebo que aparentemente no tengo nada en los ojos, más que la marca de las ojeras que se va agrandando día a día, pero me quema mucho y decido ducharme, a oscuras…tan solo un con el hilo de luz de mi linterna reposada en una esquina del baño. Sigo pensando en todas los productos que he tocado en las últimas horas. Ya lo sé. De pronto mi cabeza empieza a asociar, el primer día en Dakar usé un antimosquitos el cual extendí en diferentes partes de mi cuerpo, lo había comprado en Madrid, todo fue bien, hasta que extendí el producto en mi cuello y en mi pecho, en seguida empezó a quemarme y enrojeció por lo que tuve que retirarlo con agua en seguida. La mosquitera que acababa de comprar e instalar en mi nueva habitación, estaba impregnada del mismo producto, y no había hecho falta que pasara ni una hora debajo de ella para que mi cuerpo empezara a reaccionar.

Cojo la bolsa en la que está guardada y leo: 80% delthamethin. Cojo la loción antimosquitos: “Advertencias: No ingerir. Irrita los ojos”. Altamente inflamable. Y de pronto viene la luz. De pronto, como todo lo que ocurre en este lugar. Ahora las voces provenientes de la mezquita se mezclan con otras que la siguen como en un coro, cogen un nuevo ritmo, y abandonan aquel que las convierte en letanías. Entra en la banda de la ciudad el cantar del gallo. Son las cinco y media de la mañana. Quito la mosquitera y me tapo hasta las cejas.

Estoy en África.