No sé si alguien alguna vez habrá
hecho un estudio antropológico sobre el tiempo que pasa entre que pisas por
primera vez Senegal y alguien te invita a comer a su casa. A mí me ocurrió al
tercer día de vivir en Dakar, y la invitación vino de parte un senegalés con
quien me había parado a hablar en varias ocasiones en la calle del albergue en
el que me alojaba. Tomé esa invitación con el temor de una recién llegada a un
país del que lo desconoce casi todo. Nunca llegué a comer en casa de Ibrahima
porque tuve que abandonar precipitadamente ese barrio para mudarme a otro nuevo,
pero mi mentalidad de europea desconfiada no pudo resistirse a las siguientes
invitaciones, provenientes esta vez de algunos compañeros de trabajo.
Por cierto, “teranga” quiere decir “hospitalidad” en wolof.
En Senegal, Todo lo que te sorprende que no ocurra fuera, ocurre en el hogar. Entrar en una casa
en Senegal es conocer la mitad del país, y no puedes conocer el país sin haber
vivido al menos durante un día en un hogar senegalés.
Porque hay un Senegal externo,
quemado por el sol, cubierto de arena, polvo, y moscas que vuelan alrededor de la carne
y el pescado del día, y hay otro interno, decorado con bellas ropas esperando a
ser secadas en patios interiores con olor a incienso. Es este un Senegal de
casas humildes y limpias dónde el ligero ruido de los ventiladores se convierte
en parte de la banda sonora de cada día. Y precisamente “la teranga” es hacerte
participe, a ti que acabas de llegar, de todo ese intimismo familiar.
Llevas unos minutos allí, pero ya te sientes como en una casa en la que
hubieras pasado la mitad de tu vida. Te alargas en el sillón y te adormeces
mirando La foto del imán de Tuba. Hace
mucho calor..
Coméis todos juntos en el patio
alrededor de un gran plato, algunos usan las manos, otros eligen los cubiertos y casi nadie habla. “¡María, me dice Pape, deja de beber agua, si no, no
tendrás hambre! Come, come” pero el picante de la comida hace
imposible que pueda cumplir la norma no escrita de no beber agua durante la
comida. “Pape tienes razón, pero yo necesito beber
agua cuando como, estoy acostumbrada y además con este calor no tengo mucha
hambre”
Esto es la teranga, y este mi sueño africano. Pero entonces recuerdo el que dejé en Madrid a medias... y que hace tan solo tres meses estaba
allí, en una noche con un cielo parecido a este, ofreciendo caldo caliente y conversación a los africanos
subsaharianos que duermen debajo del viaducto. Me pregunto si alguna vez
podre volver a hacer eso, ofrecer nada más que unas palabras a aquellos que
ahora me abren las puertas de sus casas.